miércoles, 3 de junio de 2009

Choquek'irao en la cercania del cielo



Cuando, hace unos lustros atrás, el viejo Lucas Covarrubias, quemó el roce* para sembrar; el fuego lo venció, incendiando la yesca que convirtió en cenizas la tupida vegetación del cerro, desnudando la ladera que, le mostró la impresionante infraestructura agrícola de los inkas, colgada en el borde del inmenso abismo que acaba en el cauce del empequeñecido río Apurimac, que discurre indefenso por el fondo del profundo cañón.

La noticia de este hallazgo causó novedad, en los poco informados operadores del ramo; creyeron en el descubrimiento de otro Machupijchu; al viejo Covarrubias, el Estado le asignó un sueldo para que cuide estos fabulosos restos; desde esa vez hasta hoy, nada novedoso, solo el impetuoso i solitario interés de Cesar Vivanco que, le da calidad a la información ofreciendo una rica documentación visual. Empero la notable i sospechosa incursión de la mujer del presidente Toledo, i del no menos descarado ex vicepresidente Diez Canseco, le han dado cierta popularidad; mas: por su escandaloso interés de copar su explotación, que por reivindicar su valor al servicio de sus habitantes.

Ir a Choqek’irau es toda una experiencia a prueba de osados; El ramal de Saywite en el camino hacia Abancay, es el inicio de una insospechada aventura pedestre; Una carretera tendida, por el declive suave, baja a San pedro de Cachora, valle tibio que se extiende hacia el este, con el Salqantay que se muestra temible con sus prominencias i barrancos; es un día viernes i marca las 13.30Hs; desde allí mi hermano Leoncio i mi sobrino Julio, iniciamos el viaje; los 10 kilómetros desde la plaza del pueblo hasta el abra de Capuliyoq no nos hizo presagiar la dimensión geográfica extenuante; en Capuliqoy, el primer paso angosto que salva el formidable barranco, muestra el carácter peligroso del camino que recorreremos. Desde la apacheta, el panorama se abre impresionante, mostrando la agreste topografía, opacada por el humo de los valles; con solo ver la desmesurada profundidad que el río abrió en millones de años, se nos agotaron los optimismos; una inacabable bajada zigzagueante nos esperaba. Sin guía, ni mula que cargue el equipaje nos lanzamos hacia el inmenso pajonal casi vertical. El escabroso sendero, cubierto de filudas piedras, dificulta cada paso, algunos tramos parecían ser el lecho seco de fieros aluviones; las rocas informes sin estabilidad tiradas al medio, advierten su agresividad; la fina tierra amarillenta se levanta al menor estimulo de la pisada, metiéndose espeso en los pulmones, solo el viento fresco del atardecer que sube desde el fondo cálido, alivió, disipando la polvareda. Nuestras mochilas, de inexpertos, llevan sobrepeso: un par de trajes, calcetines, polos, zapatillas de repuesto, conservas, gaseosas. Deshabituados por la sedentaria vida citadina, las piernas empezaron a sufrir el agotamiento. La noche se aproximaba i la bajada seguía inexorable; el peso del cuerpo multiplicado por la gravedad maltrataba las plantas, sacrificando los tobillos, que se batían en los bruscos desniveles. Al frente la gris roquería desnuda, moteada de venas coloridas flanquea al Salqantay; nosotros a este lado, luchando por descender más rápido, sorteando las sinuosidades, entrando i saliendo de los bosques de p’ati, ese árbol de tronco ceniciento desnudo sin hojas por el invierno, que le da un aspecto desalentador al panorama.

Los que conocemos: el camino inka a Machupijchu; la ruta por Oqoruro i Atas hacia al Santuario de Wanka; las que van a las faldas del Shina Qara en el Qoyllorrit’i; asumimos que son paseos simples. Los caminos son conservados i dosificados para marchar despreocupados, las distancias marcadas no son des-animantes. Se sube i se baja con la sobriedad del esfuerzo necesario; no se tiene que volver por el mismo camino, salvo en Qoylloriti.

El viejo Covarrubias nunca tuvo mujer ni hijos, cuando por la inutilidad senil, dejó de cultivar en las andenerías, dejó para siempre su choza en medio del complejo arqueológico; como un niño, viajó a Abancay para gastar las propinas que le daba el Estado, dedicándose a beber cañazo, i gozar de algún vicio subalterno, hasta quedar atrapado i morir como un mendigo; ahora sus sobrinos, hijos de su también ya fallecido hermano, ocupan, las más de mil Hectáreas aledañas al complejo; poseyéndolo, desde hace más de tres siglos, cuando un antepasado llegó por estos lugares, procedente de Urubamba: Ch’ikisqa en Apurimac, Santa Rosa i Maranpata en Cusco, es dominio de los Covarruvias, ahora acosados por el INC i los traficantes internacionales, que pretenden despojarlos de sus derechos de posesión libre i pacifica de mas de 300 años.

Eran las ocho de la noche i Ch’ikisqa no aparecía, pese a que, aun cuando era de día, lo vimos desde la altura, oculto tras una colina cubierta de árboles; tanteando i reprimiendo la caída bajamos lento, conmovidos por los graznidos tétricos de un ave nocturna; la luna despuntó alumbrando con ternura permitiéndonos entrar a Ch’ikisqa, en medio del bullicio de voces que resonaban alrededor de una fogata encendida, en la oquedad hospitalaria de lugar. Eran niños excursionistas de Limatanbo que iban a Choqek’irau; Una mujer humilde ofrece en su choza galletas i gaseosas incrementando el 100% de su valor, es toda una bendición en este lejano paraje; En ese fresco ambiente, bebimos bastante liquido, comimos nuestras provisiones de panes i embutidos; agotados nos enfundamos en nuestras bolsas i descansamos a la intemperie, tendidos sobre el pasto húmedo, adoloridos por la inflamación muscular.

En la madrugada húmeda que cuaja en rocío; nos levantamos venciendo a la modorra; en silencio empacamos i sin despedirnos marchamos hacia el puente; aprovechando la penumbrosa luz que la luna da a esa hora, descendimos, imaginando cercanías por el ruido del río; solo mucho tiempo después, la sombra de unas casas nos indicaban que habíamos llegado al final de esa extenuante bajada; Cruzamos un enmallado puente de tablas i sin darnos descanso, atacamos al cerro; la interminable cuesta de caminos estropeados por las mulas i caballos, regada de filudos pedernales que entorpecen el ascenso, quitándonos energías en cada desagradable tropezón, ascendemos. La madrugada fue abriendo el velo negro mostrándonos que recién estábamos superando la misma altura de Ch’ikisqa que se veía a lo lejos serena; confiados en la empinada vía insistíamos en el empeño, teníamos que aprovechar la sombra de la montaña, i tratar de llegar cuanto antes a Santa Rosa, que está ubicado en una pequeña meseta inclinada que se extiende cuesta arriba, aprovechando el torrente del pequeño rió que desaparece absorbido por la reseca montaña. Es un oasis, con sus cultivos de caña i frutas tropicales. Una caseta de carrizos es su puesto de venta; descansamos para engullir nuestras provisiones; más arriba siguiendo la ruta, en una roca plana, resaltada con pinturas, se observa la difusa figura de un Cristo glorificado, bendiciendo a una mujer arrodillada que inequívocamente es Santa Rosa. Ese debe ser la razón de su nombre; aparece otro modesto puesto venta, i una joven que vende chicha de caña embotellada. Nos despide de esta hermosura verde.

Agobiados por el sol i el cansancio dejamos que los niños excursionistas, - que partieron bastante después que nosotros, cuando el sol ya alumbraba Ch’ikisqa-, nos alcancen i pasen raudos bañados en sudor; la profusa vegetación de ceja de selva, por trechos, daba algo de sombra; lentamente alcanzamos la altura i entramos a Maranpata, un despejado declive llano; son tres cabañas grades separadas por considerables distancias; algunos bueyes i caballos en el lozano prado; los turistas extranjeros i los niños de Limatambo, tumbados descansaban confiados, por la información de la cercanía de Choqek’irau. Nosotros elegimos la casa del centro, para pedir alimentos en venta; humilde la dueña de tez clara, nos sirvió sendos platos de arroz con huevo i papitas fritas por solo tres soles. Conscientes de nuestra situación física partimos con lento caminar. La ruta casi plana hacia el oeste, avanzaba suave, alguien nos dijo, mostrándonos una colina cubierta de tupida vegetación; “allí, nomás, están las ruinas”

De pronto el camino volteó bruscamente mostrando un profundo barranco i abriendo un paisaje espectacular repleto de vegetación; al fondo la soberbia construcción simétrica de andenes solidamente fijadas, imponen con fuerza la atracción visual, las superposiciones primorosamente construidas, a lo lejos, parecen modernos muros de cemento. Al frente, en la base de una garganta, dominando el conjunto aparece la emblemática imagen del Choqek’irau de los afiches. Pero las abruptas laderas nos separaban aun largamente; avanzamos lentamente midiendo nuestras fuerzas, bajando nuevamente hacia un puente que cruzamos para Ascender por una zigzagueante cuesta de tierra i piedras flojas, escoltados por la tupida vegetación; Así sin darnos cuenta ya estábamos caminado por esas gigantesca terrazas que se elevan por debajo del complejo principal; Son unos terraplenes construidos con tremendas lajas de piedras tosca; Encima la plaza (patio..?) rodeado de construcciones ingeniosamente ubicadas, el gran edificio de dos aguas con sus aplicaciones asísmicas, i sus machones de granito ( material inexistente en el lugar), para fijar los techos; Amplios ambientes i divisiones de magnifico diseño completan una infraestructura escolástica, en la parte alta extraños ambientes como si fuesen celdas de meditación; desde allí, se ve impecable el gigantesco Usnu, evidentemente recortado; intencionalmente construido retirando la loma del cerro; por una gradería de rocas subí a este portentoso altar religioso, era una magnifica plataforma rodeado por un cercado bajo que nos protege del abismo; aquí podrían aterrizar 05 helicópteros al mismo tiempo. Mas abajo en la cresta que continua hacía el sur del Usnu, un camino desciende, dominando ambos precipicios, hacia otras construcciones de corte privado asentados dentro de altas paredes, adornadas de amorfas figuras de auquénido. Desde ahí se siente la descomunal presencia del monstruoso precipicio, que termina en el lejano lecho pedregoso del estéril Apurimac. Al frente pueblos i villorrios apurimeños, se ve el nuevo camino que entra por wanipaka bajando el vertical cerro, dicen que es más corta que la ruta que usamos; quisimos volver por allí pero desistimos por las advertencias. Miré hacia el sur este observando resignado la distante abra de capuliyoq. Avisándonos la atormentadora caminata de regreso.

Este lugar pudo ser el último refugio de los incas, pero no fue construido por ellos (los últimos Incas) ni para ellos; este debió ser un antiguo monasterio, levantado con la misma tecnología de Machupichu, sin alterar la estructura geológica, aprovechando las bondades: magnéticas, geográficas, climáticas e hídricas; pero no como un centro urbano, sino exclusivamente para albergar a los escogidos venidos de los confines del imperio; era un refugio monástico para los iniciados en la ciencia i la cosmovisión andina. Seria la Universidad que admitía nobles hombres, que debían aprender los conocimientos milenarios de tan avanzada cultura; adquiriendo disciplina i temple para preservar ese conocimiento; Quizá los ingenieros incas estudiaban los artificios de la domesticación, aclimatación, mejoramiento i reproducción de especies alimenticias; adiestrándose para educar e instruir al pueblo. Allí morarían los maestros, que como los monjes meditaban en la apacibilidad cercana al cielo, orando i concentrando sus fuerzas mentales, quien sabe invocando la llegada de los hermanos que volverán del cosmos, a evaluar sus avances espirituales;

Así gozamos desde esas alturas la inmensidad sideral; como si la vida de miles de años se hubiese resumido en este sitio majestuoso; salimos de Choqek’irau, con una satisfacción extraña; como si el éxito personal estuviese en ese solo hecho, haber palpado sus muros i olido sus efluvios: sentir la energía superior de esos desparecidos hombres superiores que, aun deben morar en la pureza de estos confines. la noche nos sorprendió a mitad de la bajada que entra al riacho, alumbrándonos con una linterna extenuados logramos salir a la explanada inclinada de Maranpta, buscamos la cabaña que nos vendió los huevos fritos; allí rogamos dormimos cobijados; De madrugada partimos pretendiendo ganar tiempo; cerca del medio día llegamos a Chi’kisqa, reposamos un buen rato, bebimos chica de caña, i nos encomendamos a nuestra resistencia, atacando nuevamente la cuesta interminable; a las ocho de la noche estábamos llegando depauperados, en medio de la oscuridad total, a kachora festivo lleno de restaurantes sin comida que vender, solamente la nefasta bebida; Felizmente un auto nos trajo hasta el ramal dejándonos al abrazo del frío helado de la puna; luego de esperar tiritando abordamos apresurados un bus que dudosamente se detuvo; así retornamos el lunes a las 03Hs.nuevamente a este mundo agitado; dejándonos atrapar voluntariamente en su envolvente frivolidad cotidiana, sin meta ni objetivo, vacío....

* desbrozado de bosque

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